Pyongyang empieza a cumplir su promesa de abrir una zanja eterna entra las dos mitades de la península
Cuando ya no quedan puentes por dinamitar, a Corea del Norte le da por dinamitar carreteras. El régimen de Pyongyang prometió la semana pasada cortar por lo sano con el gobierno de Seúl y este martes ha pasado de las palabras a los hechos. Equipos de artificieros norcoreanos han volado con explosiones controladas la calzada de las dos carreteras todavía practicables -aunque bloqueadas de forma casi permanente- entre el norte y el sur de la península dividida.
Así lo ha podido observar el ejército de Corea del Sur, que ha respondido inicialmente a las detonaciones con fuego.
El objetivo son las carreteras que corren en paralelo a las vías de ferrocarril de Gyeongui y Donghae. Una, en el oeste de Corea, conecta la ciudad surcoreana de Paju con la zona franca industrial de Kaesong, en el norte. Esta, creada hace veinte años, llegó a albergar 124 firmas industriales surcoreanas, con especial relieve para Hyundai.
La otra ruta dinamitada conduce a la montaña de Geumgang, muy apreciada por los turistas del sur, cuando las relaciones intercoreanas lo permiten. Tras las detonaciones, la mano de obra norcoreana habría continuando desmantelando la carretera con maquinaria pesada.
Corea del Sur y Corea del Norte (oficialmente, la República de Corea y la República Democrática Popular de Corea) llevan más de setenta años arrogándose la verdadera representación de Corea, tal como su nombre indica. A pesar de sus división desde la Guerra de Corea -la primera conflagración de bloques de la Guerra Fría, a principios de los cincuenta- ambos estados aspiran, sobre el papel, a la reunificación nacional de los coreanos. Eso sí, cada uno en sus propios términos.
El último deshielo -con el presidente Trump en la Casa Blanca y su homólogo Mun Jae In en Seúl- permitió que, hace apenas seis años, todos los atletas coreanos volvieran a desfilar bajo una misma bandera, en los Juegos Olímpicos de Invierno. Sin embargo, aquel acercamiento fracasó y con la llegada de Joe Biden y su equipo empezaron los portazos, mientras se estrechaban aún más las relaciones militares entre Washington, Tokio y Seúl.
Pyongyang visualizó el final de una era ya en 2020, con la voladura del edificio fronterizo pagado dos años antes por Corea del Sur, cuyo objeto era ejercer de centro de diálogo intercoreano para la reunificación. Las carreteras que se han empezado a dinamitar este martes también fueron financiadas por la mitad capitalista -y desde hace tres décadas, democrática- de Corea. Asimismo, el pasado agosto, el Norte desmanteló ya la vía férrea de Gyeongui y Donghae. Ninguna de estas líneas ferroviarias ha sido utilizada tras la división de la península, más allá de una prueba piloto en 2007.
En enero pasado, Kim Jong Un dio un puñetazo en la mesa. Decretó el fin de las instituciones oficiales destinadas a la reunificación y proclamando por primera vez que las fronteras de su estado serán las de la actual Corea del Norte y renunciando de una vez por todas al territorio al sur de la línea de armisticio (aunque no a algunas islas e islotes en disputa, más cercanos a su costa). Algo que debería reducir aún más el temor a una invasión en Corea del Sur. Como debería hacerlo el presente desmantelamiento de las vías terrestres, claramente una medida defensiva, no ofensiva.