Una encuesta de MDZ reveló que más del 68% de los mendocinos se consideran de clase media, pero muchos ya no pueden sostener consumos básicos ni acceder al bienestar que supieron tener.

En una Argentina donde la pérdida del poder adquisitivo se siente con cada vez más fuerza, los mendocinos muestran una realidad contundente: sostener un nivel de vida digno se ha vuelto un desafío. Así lo reflejan los resultados de una encuesta realizada por MDZ, en la que más del 68% de los participantes se identificaron como parte de la clase media, aunque sus hábitos de consumo evidencian otra cosa.
El sondeo, que reunió cerca de 2.300 respuestas, muestra cómo la autopercepción de clase ya no está tan atada al ingreso, sino también a lo que se puede dejar de consumir. Mientras solo un 6% se considera clase alta y un 25% se identifica con la clase baja, la gran mayoría aún se ubica en el medio, a pesar de haber recortado en rubros esenciales como indumentaria, ocio y salud.

De los más de 2000 votos recibidos en la parte de la encuesta que indaga sobre consumo, el 21% dijo haber dejado de comprar ropa, y otro 21% recortó salidas, cine y comidas fuera de casa.
Por otra parte, el 11% aseguró haber dejado de consumir carne, y un porcentaje igual suspendió las vacaciones. En este contexto, hablar de bienestar parece alejarse cada vez más de la experiencia cotidiana de la mayoría.

Llamativamente, el 7% dejó de gastar en salud privada, lo que implica dejar de pagar una prepaga u obra social. La imposibilidad de renovar tecnología o acceder a plataformas de entretenimiento también se hizo presente: un 10% dejó de comprar productos tecnológicos y un 5% ya no paga streaming como Netflix o Spotify. Si bien solo un 2% dijo que dejó de invertir en educación y en renovar sus vehículos, esto puede responder a que en la encuesta solo se podía elegir una opción.
En la mañana de este miércoles, en el programa Uno Nunca Sabe de MDZ Radio, Guillermo Oliveto, especialista en tendencias sociales y de consumo, desplegó una mirada aguda y profunda sobre el presente y futuro de la clase media argentina. Según el especialista, esta franja social fue históricamente el corazón del país, construida sobre valores como el esfuerzo, la educación y la movilidad ascendente. Sin embargo, ese modelo hoy se encuentra tensionado por décadas de crisis y golpes sucesivos al poder adquisitivo, al sentido de pertenencia y a las oportunidades reales de progreso.

“Antes estaba casi escrito en piedra que si uno se esforzaba, estudiaba y trabajaba, iba a progresar”, explicó Oliveto. Pero hoy, aun con empleo formal, muchas personas no logran salir de la pobreza ni acceder a una vida digna. La heladera llena se convirtió en el nuevo símbolo del bienestar en vastos sectores de la clase media baja, reemplazando sueños como la casa propia o el viaje anual al exterior. “Nos hemos bajado muchísimo el umbral del deseo”, reflexionó.
El autor del libro “Clase media: mito, realidad o nostalgia” también advirtió que la degradación del tejido social no es sólo económica, sino también simbólica y cultural. Aseguró que muchas personas que históricamente se autopercibían de clase media hoy se consideran parte de la clase trabajadora o viven en una “pobreza intermitente”, un limbo donde un mes se está adentro del sistema y al siguiente, afuera. Ese cambio de identidad, dijo, es tan profundo como preocupante.

Oliveto también planteó que la desigualdad actual no solo divide a ricos y pobres, sino que rompe a la propia clase media en dos realidades muy distintas: una clase media alta, que aún puede conectarse con ciertos sueños de consumo, y una clase media baja que perdió el acceso a esos bienes simbólicos que durante décadas definieron el “ser argentino”. Para él, esa fractura es el gran desafío a resolver en los próximos años si se quiere reconstruir una sociedad más integrada.
En conclusión, la clase media mendocina, históricamente considerada motor de consumo y estabilidad, hoy ajusta donde puede. Muchas familias sienten que trabajan más pero acceden a menos. Los objetivos que antes parecían posibles, como cambiar el auto, salir de vacaciones o pagar una prepaga, ahora parecen lujos difíciles de sostener.