El sector atraviesa sobrestock y retracción global, pero continúa generando trabajo intensivo en Mendoza, San Juan, Salta y Río Negro. Faltan perfiles especializados y persiste la informalidad laboral.

La vitivinicultura argentina vive una paradoja. Mientras el consumo mundial de vino se retrae y el mercado interno acusa recibo con sobrestock y menor rentabilidad, la actividad sigue siendo uno de los motores de empleo más importantes para las economías regionales.

En provincias como Mendoza, San Juan, Salta y Río Negro, la producción de vino mantiene una demanda constante de trabajadores en cada etapa del ciclo productivo. Los puestos más habituales son operarios de finca y de bodega, pero crece la necesidad de perfiles técnicos difíciles de cubrir: especialistas en poda, desbrote, procesos específicos de vinificación y oficios vinculados a la mecánica y la electromecánica.

Estacionalidad e informalidad

El carácter intensivo y estacional de la vitivinicultura expone otra cara del negocio: la informalidad laboral, todavía extendida, y la falta de renovación generacional en perfiles calificados. Estos problemas dificultan la estabilidad del empleo y la profesionalización del sector.

Para revertirlo, algunas iniciativas privadas capacitan a trabajadores dentro de las propias empresas, con el objetivo de recuperar saberes y preparar nuevas generaciones.

“Profesionalizar el sector, reducir la informalidad y generar condiciones más atractivas para los trabajadores son los desafíos inmediatos si se quiere garantizar un desarrollo sostenido”, señaló Alfredo Nicolás Spampinato, gerente de la División Vitivinícola de Adecco.

Brechas educativas y salariales

Los especialistas advierten dos grandes brechas: la educativa, con formación insuficiente de muchos operarios, y la salarial, ya que los sueldos se ubican entre los más bajos de las economías rurales. Esto dificulta la retención de talento, pese a los beneficios no monetarios que ofrecen algunas bodegas, como vivienda, transporte o alimentación.

En paralelo, la participación femenina avanza en distintos puestos de bodega, mientras que la inserción juvenil sigue siendo baja y enfrenta prejuicios sobre las condiciones laborales del rubro.

Aunque la incorporación de maquinaria avanza, el trabajo manual todavía predomina. El crecimiento futuro depende de la capacidad del vino argentino para sostener su competitividad internacional y consolidar nuevas regiones productivas.

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