Las ferias populares crecen como nunca. Testimonios e imágenes desde un lugar que funciona como radiografía de la época
Los vendedores de las ferias populares afirman que la actividad ha crecido muchísimo en los últimos meses.Foto: UNO / Cristián Lozano.
Me había despertado de buen humor y temprano, así que tuve que golpearme el dedo chiquito del pie con la pata de la cama. Mientras me retorcía de dolor, menté a las madres del mundo. Y de ahí, misterios de la psiquis, pasé al Día de la Madre: “Tengo que comprarle algo a la vieja -me dije-, pero ando sin plata”. Entonces se me ocurrió ir rengueando hasta una de las tantas ferias populares del Gran Mendoza.
Están que explotan. Cada fin de semana, miles de mendocinos se reúnen en alguno de los predios donde hoy se vende literalmente de todo. La de la calle Allayme y Capilla de Nieve, en Guaymallén, es una de las que más creció: ya son casi 600 los puestos que se montan todos los domingos entre las 5 de la mañana y las 6 de la tarde para comerciar desde rifles de aire comprimido a bizcochuelos, pasando por herramientas, comidas típicas, brebajes para el vigor sexual, tecnología y servicios de peluquería o barbería. Depilación no he visto aún, pero no me sorprendería.
En la feria de Allayme y Capilla de Nieve, en Guaymallén, hay unos 600 puestos cada domingo. Y sigue creciendo.
Foto: UNO / Cristián Lozano
Pregunto: el alquiler de un puesto por el día sale $2.000, y por $600 o $1.000 más se puede alquilar también un mesón.
A las 8.30 ya están ubicados casi todos los vendedores y el panorama recuerda al bar de “La Guerra de las Galaxias”; una muestra de diversidades difícil de hallar en otro rincón del universo. Desde el fondo, un parlante tira una versión de “Hotel California” en ritmo de cumbia.
Pienso: a lo mejor en este laberinto de ofertas y pregones encuentro algo para mi madre y lo pago a crédito con Mercado Pago. Veremos.
Cuando un arquitecto vende bizcochuelos
Por los pasillos deambula -como perdido- un tipo que si esto fuera una película argentina sería interpretado por Luis Brandoni. Es el mismo sujeto social, con su camisa, su tez blanca, su acento urbano, sus ojos claros. Un clase media típico, de esos que a los 30 segundos de charlar te cuentan que un hijo vive en Italia o en España, como si necesitaran subrayar que al menos uno de su estirpe “se salvó” del destino sudamericano.
Este Brandoni carga una caja grande de cartón donde ha metido unos chirimbolos que pretende vender. Le pregunta a uno de los encargados de seguridad de la feria dónde debería ubicar su puesto. Le explican y él avanza con la timidez de quien hace algo por primera vez. Un pichón en el free market.
Últimamente, las ferias están más diversas que nunca.
Foto: UNO / Cristián Lozano
“La feria creció muchísimo en este último tiempo. La gente trae lo que no usa, o lo que alguien le dio, y lo revende. Y, si no, ofrece algo de elaboración propia. Masitas dulces, pastas, tortas. Lo que venga. Te das cuenta de que hay feriantes nuevos porque los que no saben cómo manejarse nos consultan a qué precio pueden vender objetos que liquidan directamente a precio de remate“.
La que me comenta eso poco después es Gabriela Prudencio (38), que tiene un lindo puesto con artículos de librería y juegos didácticos y que además es integrante de la comisión directiva de la Asociación Feriantes de la Estación Belgrano, la entidad que le da orden a lo que de otro modo sería un quilombo.
Cada vez más mendocinos buscan precios convenientes en las ferias populares. Algunos porque van a comprar y otros porque van a vender.
-¿Notás que viene más clase media que antes?
-Sí. Vienen arquitectos, ingenieros, enfermeras; tenemos enólogos que trabajan como peluqueros o vendedores de macetas. En realidad, lo que comprobás es que ya no queda clase media en el país. Ha quedado la clase baja, que se junta en las ferias, y la clase muy alta…
Gabriela me cuenta que la feria existe aproximadamente desde el año 2000. Que pasaron de ubicarse atrás de la escuela Próceres de la Independencia, sobre calle Sarmiento, a un terreno del ferrocarril, luego al Espacio Cultural Le Parc y finalmente entre todos los vendedores compraron este terreno en Capilla de Nieve y Allayme.
“Todavía estamos resolviendo el tema de la escritura, pero el predio de 12.000 metros ya es nuestro en un 95%”, se enorgullece.
Desde tecnología hasta ropa y verduras. Hay de todo en las ferias populares de Mendoza.
De los 580 puestos que hay este domingo, 350 son fijos y el resto va rotando. “Tenemos representantes de todas partes. Bolivianos, chilenos, peruanos, colombianos, venezolanos. Igual en este último tiempo también vemos que no viene sólo el paisano, sino vecinos de la Cuarta o de la Quinta Sección que hacen acá su venta de garage”.
La misma Gabriela fue empleada de comercio en el centro durante 12 años hasta que eso se volvió insostenible. “Cuando tuve mi segundo embarazo se complicó. Era pagarle a la niñera o comer. Así que me puse a armar bolsitas de tutucas y me vine acá. Después pasé a vender ropa usada, mucha era de mi familia y ya no la necesitábamos. Y así fui entrando un poquito en lo que es librería”.
Cuánto se puede ganar en la feria
Rosa Diletoso (58) es profesora de Educación Física, pero los fines de semana arma el mesón porque “siempre fue inquieta, y ahora más”.
“Tuve un negocio de ropa de niños, pero cuando empecé a ver cómo venía el país, lo cerré. No era redituable. Me quedé dando clases, por las tardes laburo en el local de una amiga y los domingos me vengo a la feria”, repasa. Está vestida con onda deportiva, se nota que entrena. Y le gusta el gobierno de Milei, al que considera “necesario”.
Pasa un flaco y le pregunta el precio de un juego de vajilla exhibido en el mesón. “¡Ay, este es hermoso! -pela su costado vendedor, la docente-; tenés la tetera y viene con todas las tacitas…”. El cliente agradece y sigue camino.
Rosa se va soltando y de a ratos parece una versión guaymallina de Marie Kondo: “Ja, siempre positiva, yo. El mesón arrancó porque hice una limpieza total de mi casa, saqué todo lo que no usaba. Liberé energías. También hablé con una amiga que vive en Chacras y tenía un montón de cosas para vender”, confiesa. Dice que el finde pasado hizo $80.000 en sólo 4 horas.
La mañana avanza. A las 9, los puestos de verdulería están a full. Quienes los atienden han llegado entre las 5 y las 7, y se siente el olor de los vegetales recién sacados de la tierra que salen del cordón agrícola de la ciudad.
Me aseguran que a las 10 los verduleros habrán vendido más de la mitad de lo que traían, tanto en la feria de Allayme y Capilla como en la que está al lado y que todos llaman simplemente “La Feria Popular”. Para el visitante, los dos espacios se derriten en un único cambalache bajo el sol.
Marcelo Jofré (35) cuida los autos y camionetas que siguen estacionándose en los alrededores. Conversamos mirando hacia la misma dirección, como testigos de una calesita en la que en vez de caballos y aviones de fantasía circulara gente comprando y vehículos de todo tamaño. Pasa una mujer teñida de rubio en su Fiat 128; una familia boliviana en una Hilux. Desde un costado, nos espía una veterana polirrubro: vende ropa y porciones de chocotorta.
Marcelo describe su rutina: “De lunes a viernes arreglo tarimbas y pallets, descargo camiones, la voy piloteando. Los domingos vengo acá, cuido los coches y me llevo unas 40 lucas en cuatro o cinco horas. Me sirve. Y no hace falta que me quede todo el día. Cuando junto esa plata, les aviso a mis compañeros y me vuelvo a mi casa para estar con mi hijito”.
Quien sepa buscar en la feria podrá encontrar de todo.
Dioses hindúes, herramientas, electrodomésticos. Todo junto. En cierto sentido, la feria se parece a un aleph.
En otro pasillo le pregunto precios a Verónica Rojas (43), que acomoda ropa gaucha en su stand y me va soltando jirones de su historia. Resulta que en su hogar usaban mucha indumentaria de ese estilo y el marido hace artesanías en cuero.
“Surgió la idea de vender algo de toda la ropa que pasaba por casa, a lo que sumamos estos cinturones que hace mi marido”, me muestra. Se puede decir que les va bien: ahora el hijo de la pareja, Lautaro (19), se puso su propio puesto, lo que le permite ir ganando su plata en un contexto donde conseguir trabajo formal o dedicarse a estudiar se ha vuelto, para millones de jóvenes, una posibilidad lejana y abstracta.
Verónica admira la iniciativa que tiene su chico y se le nota. Me pregunto si el pibe ya tendrá definido su regalo del Día de la Madre. Yo no: tendría que apurarme.
Al final encuentro un puesto de plantas y le compro una a mi vieja. Después, maceta en mano, me interno en el patio de comidas donde se venden platos que no conozco, como “picole de agua y leche” o “bombita de papa”. Será cuestión de probar, de preguntar. De mezclarse, que de la mezcla sale la vida.
En el patio de comidas de la feria hay un abanico de platos típicos latinoamericanos.