Un equipo de investigación del CONICET y la UBA logró lo que parecía imposible: revivir un canto de los chingolos en la Provincia de Buenos Aires que no se escuchaba desde la década del sesenta.

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Imagen de un Chingolo patagónico

Los chingolos, como muchas aves canoras, aprenden sus cantos de los adultos de su población. Los jóvenes imitan los cantos que escuchan durante un período crítico de su desarrollo. Si los cantos de los adultos cambian por alguna razón, las nuevas generaciones aprenderán esas modificaciones, llevando a un cambio gradual en el canto predominante de la población. Por eso, el sonido de los chingolos actuales, es bastante diferente del que escuchaban nuestros antepasados.

En entornos urbanos o áreas con mucho ruido de origen humano (tráfico, construcciones, etc.), las aves pueden modificar sus cantos para hacerlos más audibles. Esto puede implicar cantar a frecuencias más altas, con mayor volumen o alterar la estructura del canto para evitar el enmascaramiento por el ruido de baja frecuencia.

Un equipo de investigación del CONICET y la UBA se preguntó si era posible que los chingolos jóvenes recuperen el canto perdido de sus ancestros. Mediante un experimento con sonidos sintéticos lograron la hazaña: consiguieron que los jóvenes aprendieran un viejo canto gracias a un tutor electrónico y una melodía sintética modelada matemáticamente. Este avance representa un hito para la conservación de especies en peligro, al permitir monitorear a cada individuo por su canto.

Un tutor robótico que revive la tradición

Todo comenzó durante la pandemia, cuando Gabriel Mindlin, investigador del CONICET en el Laboratorio de Sistemas Dinámicos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, decidió encarar una nueva línea de trabajo en el Parque Pereyra Iraola. En este pulmón verde de la Provincia de Buenos Aires, el equipo inició un relevamiento de cantos de distintas especies para continuar investigando a pesar de las restricciones. Fue exactamente en ese lugar donde los investigadores comenzaron a producir sonidos sintéticos para imitar los cantos de los chingolos y probar si estos generaban respuestas.

Para crear el tutor, los científicos modelaron matemáticamente la onda sonora que imitaba la fisiología del aparato vocal del chingolo. Luego, fabricaron un dispositivo que grababa, reproducía y transmitía los sonidos en tiempo real. La estrategia fue ingeniosa: colocaron varios de estos equipos en el parque, simulando una competencia por la atención de los jóvenes con la melodía perdida. Mindlin cuenta a Nex Ciencia: “Colocamos tres de estos equipos y los hicimos competir por la atención cantando vigorosamente, como si fuera el último éxito, un viejo canto que no se venía escuchando en el lugar”.

El resultado fue notable: al finalizar la temporada, los investigadores encontraron que uno de los juveniles había aprendido la melodía y, ya adulto, la estaba transmitiendo a otros chingolos jóvenes. “Vimos que se había buscado un rincón para practicarlo y que, en la siguiente temporada, ya como adulto, se lo estaba transmitiendo a otros juveniles. Desde ese punto de vista, es una experiencia exitosa”, celebra el investigador.

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La melodía en cuestión se conocía gracias a registros del zoólogo argentino Fernando Nottebohm, realizados en la década de 1960 en el mismo parque. Nottebohm, un apasionado de las aves, tomó notas taquigráficas de los cantos cuando aún no existían grabadores digitales. Décadas más tarde, esas anotaciones permitieron al equipo de Mindlin reconstruir el canto perdido mediante modelos matemáticos y generar un sonido que resultó indistinguible para los chingolos actuales.

Conservación cultural de las aves

Este trabajo abre un camino prometedor en la conservación de la biodiversidad cultural de las aves. “Cuando se habla de la preservación de la biodiversidad, en general se piensa en el material genético. Este trabajo nos permitió pensar que cuando hay menos individuos, los cantos menos frecuentes también se pueden perder. Es una manera de interpretarlo como otra perspectiva de la biodiversidad: la cultural”.

“A un chingolo lo distinguís de otro porque cantan temas distintos. Es como su firma. Después de tanto tiempo, en el parque escucho un canto y sé quién es”, señala Mindlin

“A un chingolo lo distinguís de otro porque cantan temas distintos. Es como su firma. Después de tanto tiempo, en el parque escucho un canto y sé quién es”, señala Mindlin, resaltando la singularidad de cada individuo. Por lo tanto, esta tecnología también es útil para el monitoreo ambiental de especies amenazadas, como el cardenal amarillo, que puede ser identificado por su canto individual. La combinación de física, biología y tecnología surge como una herramienta fundamental para entender cómo las aves conservan sus tradiciones sonoras, incluso cuando los individuos cambian.

Así, la melodía perdida de los chingolos de los sesenta vuelve a escucharse en el aire del Parque Pereyra Iraola. En cada trino recuperado, resuena no solo un sonido, sino la esencia misma de una especie. Porque preservar su canto es, en definitiva, custodiar su identidad.

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