Un equipo de científicas del Conicet trabaja en la identificación de espacios con potencial para convertirse en refugios climáticos. El proyecto busca adaptar plazas, parques y edificios públicos para mitigar el impacto de las olas de calor y proteger a la población más vulnerable.

Un equipo de científicas del Conicet, perteneciente al Instituto de Ambiente, Hábitat y Energía (INAHE), trabaja en la identificación de áreas con potencial para la instalación de “refugios climáticos” en el Área Metropolitana de Mendoza. El objetivo es diseñar una red de espacios adaptados que protejan a la población de temperaturas extremas.
Los refugios climáticos pueden ser espacios naturales al aire libre o estructuras artificiales en lugares privados, diseñados para mitigar los efectos adversos de fenómenos climáticos como las olas de calor. “Estos refugios deben ofrecer condiciones de confort térmico para resguardar a las personas de situaciones climáticas desfavorables”, explica Angélica Ruiz, quien integra el equipo junto a Belén Sosa y Ana Laura Castillo, bajo la coordinación de Erica Correa, directora de la línea Urbanismo Sostenible del INAHE.
Para cumplir su función, los refugios climáticos deben ser accesibles a personas de distintas edades y condiciones de movilidad, permitiendo la permanencia segura hasta que se restablezcan condiciones normales, como el suministro eléctrico en caso de cortes durante olas de calor. “Estos espacios incorporan mobiliario urbano, como elementos de sombra, bancos y juegos, y garantizan acceso a servicios básicos como agua potable. En Mendoza aún no existe una red específica de refugios climáticos, pero plazas y parques arbolados pueden cumplir un rol clave en la refrescación urbana”, señalan las investigadoras.
Los refugios climáticos son parte de estrategias urbanas de adaptación al calor, especialmente necesarias para sectores vulnerables como adultos mayores, niños y trabajadores al aire libre. En muchos casos, no requieren la construcción de nuevas infraestructuras, sino la adecuación de espacios existentes, como bibliotecas, museos y otros edificios públicos, para que también funcionen como refugios térmicos. Su efectividad depende de una distribución estratégica y accesible en las zonas más expuestas al calor.

“La adaptación de estos espacios se basa en un enfoque metodológico que combina mediciones microclimáticas, encuestas de percepción in situ y simulaciones térmicas. Entre las estrategias posibles se incluyen la plantación de árboles y vegetación, la instalación de mobiliario urbano adecuado y la provisión de servicios como bebederos y estaciones de carga para dispositivos móviles. En el caso de museos u otros espacios cerrados, se podrían habilitar vestíbulos y halls para que las personas puedan descansar e hidratarse, aprovechando la infraestructura existente para brindar un servicio adicional en momentos de calor extremo”, agregan las científicas.
El incremento sostenido de las temperaturas y las proyecciones futuras refuerzan la urgencia de contar con estos espacios para mitigar el impacto del calor extremo. Además, la posibilidad de fallas en la red eléctrica durante estos episodios agrava la situación, exponiendo a amplios sectores de la población a estrés térmico severo.
Frente a los desafíos que imponen el cambio climático y la urbanización, las ciudades deben incorporar soluciones sostenibles. La implementación de refugios climáticos no solo fortalecería la resiliencia urbana, sino que también promovería el bienestar y la cohesión social. A medida que los episodios de calor extremo se intensifican, es fundamental fortalecer la planificación urbana para garantizar entornos con condiciones térmicas adecuadas.