Recoger pepitas de entre 17 y 20 quilates de un río que posee aguas doradas, y volverse con un kilo, equivaldría a traer un millón de pesos.

Hoy, con la cotización del oro a unos $ 7.000 el gramo, es una tentación hacerse una escapada a 800 kilómetros de Buenos Aires (y 80 de la capital de San Luis) a recoger pepitas de entre 17 y 20 quilates de un río que posee aguas doradas, y volverse con un kilo, equivalente a un millón de pesos.
Los trozos que se recogen pueden variar en tamaño desde la punta de una lapicera hasta piezas más grandes y valiosas.

A los visitantes que no persiguen un interés puramente económico, les ofrecen pegar los hallazgos en un sticker para llevar de recuerdo.
No son nada fáciles de encontrar. Separarlos y recuperarlos de entre los sedimentos del lecho, en curvas, debajo de rocas grandes, grietas y viejos cauces, requieren aplicar paciencia y técnica
Por más que no signifiquen una fortuna, su áurea recompensa es suficiente para motivar a émulos de los buscadores de oro de siglos anteriores, que se llegaban hasta el pie del cerro Tomolasta, a 1.600 metros de altitud, munidos de vasijas para batearlos y juntar así las pepitas que quedaban al zarandear el sedazo.

Precisamente, el tono del espejo de agua se debe a los minerales que arrastra, legado de la fiebre del oro que vivió el lugar hace 240 años.
Sobre la posibilidad de visitar antiguas minas de oro y buscar oro en ese río con herramientas tradicionales se gestó una propuesta turística que la formidable alza en el precio mundial del precioso metal reavivó en el último año y medio.
El equipo de Huellas Turismo en La Carolina organiza esas excursiones al río Amarillo, al cual llega el metal precioso proveniente del cerro Tomolasta que, con las lluvias, va descendiendo hasta depositarse en los cauces de los ríos y arroyos de la zona.
El guía Jerónimo Jofré recomienda ir “en verano o primavera, cuando las temperaturas son más agradables. En invierno, aunque la actividad se puede realizar todo el año, el frío hace que la experiencia no sea tan gratificante”.
También en la Patagonia austral el oro aluvial aún despierta interés, como en Tres Cerros y Bajo Caracoles, pertenecientes al Macizo del Deseado, en Santa Cruz.
Lo mismo en el río Jáchal en San Juan; Azul y Quemquemtreu en El Bolsón, Río Negro, y de la Puna como el Orosmayo en Jujuy.
También hay yacimientos históricos y actuales en ríos serranos de Córdoba y en zonas de San Luis, Salta y Catamarca.
Minas abandonadas
La experiencia de visitar las minas abandonadas hace décadas en el norte de San Luis e internarse con el agua hasta la cintura causa un dejá vú de lo visto e imaginado en los tiempos de la fiebre del oro.
Pero asimismo, en lo puramente turístico, el pueblo puntano de La Carolina fue consagrado como uno de los más lindos del mundo en 2023 por la Organización Mundial del Turismo (OMT), y recibió el galardón “Best Tourism Villages”, reconocimiento que destaca la belleza natural de la localidad, su arquitectura colonial, sus calles empedradas y su rica historia minera.
El río Amarillo concita el interés de excursionistas para revivir la búsqueda de oro.
En enero, el pueblo realiza la Fiesta Provincial del Oro y el Agua para celebrar este descubrimiento.
Los paseos tienen también sus encantos. Recorrer sus calles de piedra y casas de antaño, el Caminito de la Zorra, visitar la Mina de Oro, probar las delicias locales en Inti Raymi, KM81, disfrutar de una cerveza artesanal en Oveja Negra y alojarse en el Valle de Pancanta.