La creciente importación de pasta de tomate desde China y Chile, sumada a un contexto de precios deprimidos, amenaza con desplomar la producción nacional, especialmente en las provincias de Mendoza, San Juan, La Rioja y Jujuy.

Actualmente, en Argentina se cultivan cerca de 8000 hectáreas destinadas al tomate industrial, con unos 400 productores, de los cuales la mitad integra la Asociación Tomate 2000. Desde la entidad advierten que la situación del sector es crítica y que podría verse una caída del 60% en el volumen de producción destinado a la industria.
Guillermo San Martín, gerente de la asociación, describió el panorama como “muy complicado” en una nota para el diario La Nación y señaló que los bajos precios pagados al productor, el encarecimiento de los costos locales, la falta de financiamiento y el avance de las importaciones son los factores que más golpean al sector.
“En Argentina, los costos de producción locales -como insumos, energía y logística- siguen siendo muy altos en comparación con otros países. Aunque algunos precios dolarizados bajaron, el componente nacional pesa más, y eso nos encarece frente a competidores como China o Chile”, explicó San Martín.
El directivo también alertó sobre la pérdida de competitividad financiera: “Los bancos no cumplen un rol de apoyo a la producción. Las tasas de interés son inaccesibles para quien quiere invertir en tecnología y crecer”. Además, remarcó que la presión impositiva y los costos administrativos -como las dobles barreras fitosanitarias en Mendoza y San Juan- agravan aún más la situación.
A la falta de crédito y la elevada carga tributaria se suma el costo logístico de mover la producción entre provincias y el alto precio de la energía. “Todo esto genera un escenario en el que importar pasta de tomate en tambores desde China o Chile resulta más barato que producir en el país”, lamentó San Martín.
La Asociación Tomate 2000 estima que, de continuar esta tendencia, el volumen de producción podría caer de representar el 75% del consumo nacional a apenas el 40%. Argentina consume alrededor de 650.000 toneladas anuales de tomate industrializado, y la reducción del autoabastecimiento impactaría también en la balanza comercial, aumentando las importaciones y generando una fuerte salida de divisas.
Respecto de la calidad, San Martín advirtió que la pasta importada, especialmente la china, es entre un 10% y un 15% más barata, pero de inferior calidad: “Tiene menos color, menos valor nutritivo y puede contener residuos o metales pesados”.
En contraste, destacó que la producción nacional es de alta calidad y que empresas como Arcor exportan puré de tomate a mercados exigentes como el británico y el japonés.
San Martín fue contundente en su reclamo: “No pedimos subsidios. Necesitamos acceso a crédito razonable para sostenernos y seguir siendo competitivos. Si el sector se desintegra, será muy difícil reconstruir la cadena de valor, que abarca desde viveros hasta fábricas”.
El llamado de atención también apunta al impacto social: “Las economías regionales generan empleo genuino. Si no se actúa a tiempo, habrá consecuencias graves en términos de gobernabilidad y cohesión social”, advirtió.
Testimonios desde el campo
Los productores también manifestaron su preocupación. Mauricio Sáez, de San Carlos (Mendoza), señaló que este año en zonas como Tunuyán, San Carlos y Tupungato quedó mucho tomate sin cosechar: “Solo se levantó el que tenía un compromiso previo con fábricas; el tomate libre, sin contrato, se perdió”.
Sáez lamentó que las pequeñas fábricas que solían comprar el excedente no aparecieron esta temporada. Muchos productores sin contratos debieron regalar su producción o directamente perdieron las hectáreas cultivadas.
A la baja demanda se sumaron precios mucho menores respecto al año anterior. “En 2023 el kilo de tomate rondaba los 120 o 130 pesos. Este año apenas se pagaron entre 80 y 100 pesos, y con 80 apenas cubrís los costos”, relató.
Jorge Biscontin, otro productor de la región coincidió en que las fábricas priorizaron solo el tomate contratado. “El tomate libre quedó en el campo porque no se logró colocar a tiempo. Es un producto muy perecedero: si no lo cosechás justo a tiempo, se pierde”, explicó.
Aunque Biscontin logró vender toda su producción, señaló que los precios fueron más bajos y que la competencia con la pasta importada vuelve inviable la rentabilidad: “Así no podemos competir”.