A pesar de la caída en las encuestas, el líder estadounidense afirmó haber tenido el inicio de presidencia “más exitoso” de su historia.

Pocas horas antes de asumir el cargo el pasado 20 de enero, Donald Trump prometió a sus partidarios que tendría “los primeros 100 días más extraordinarios de cualquier presidencia en la historia de Estados Unidos”, y es indiscutible que ha cumplido con creces. Historiadores, analistas, estrategas políticos y los propios ciudadanos tienden a evaluar las presidencias según baremos racionales y tradicionales. Por los éxitos y fracasos, por la capacidad legislativa o industrial, por los índices de aprobación y el impacto global de sus decisiones. Una presidencia es buena si es eficaz, eficiente, resolutiva. Es mala si resulta inoperante, irrelevante. Y es extraordinaria si logra lo que muy pocas logran: transformar de verdad el país. Lo que ha hecho Trump en tres meses, sin embargo, es inédito y no hay categoría ordinaria que sirva para procesarlo.

En pocos meses, el líder republicano, que ya había conseguido el hito de modelar a su imagen y semejanza el partido conservador, ha roto prácticamente todos los pilares y consensos sobre los que el sistema internacional y las democracias liberales han funcionado desde la Segunda Guerra Mundial. Los legales, económicos y los geopolíticos, renunciando al libre comercio como motor de la prosperidad y la cooperación y a la idea de un orden internacional basado en reglas. Dando la espalda a sus aliados y a Ucrania y tendiendo la mano a Rusia, sin acabar con la guerra el primer día, como aseguró que haría. Imponiendo la lógica y doctrina de la suma cero y el America first.

En casa, ha despedido a decenas de miles de funcionarioscerrado agencias enteras y erradicado de los registros todos los rastros de políticas de diversidad e igualdad. Ha llevado a un estancamiento y posiblemente una recesión a la primera economía del planeta, que crecía más que sus socios y rivales y había bajado la inflación casi a los niveles deseados. Ha insultado, vejado y humillado a sus vecinos. Ha amenazado con invadir y quedarse territorios que pertenecen a sus aliados de la OTAN y el continente americano, asegurado de paso que EEUU se hará con el control de la Franja de Gaza, un giro histórico en la política de Oriente Próximo.

Trump ha declarado una guerra comercial unilateralal planeta entero, destruyendo billones de dólares en el camino y logrando que EEUU sea comparada con economías emergentes por el perfil de la crisis autoinfligida de deuda y divisas. Ha empezado un asedio a las principales universidades privadascortando miles de millones de dólares de financiación y aspirando a su rendición. Está demoliendo los pesos y contrapesos, intentado privar de ciudadanía a los nacidos en el país de padres sin papeles (algo inconstitucional), deportando, sin vistas ni garantías legales algunas, a inmigrantes, muchos de ellos sin ningún antecedente y con situación legal en el país. O afirmado que está estudiando si también puede mandar a megaprisiones de El Salvador a ciudadanos estadounidenses.

Todo mientras quitaba el estatus de refugiados a decenas de miles de personas y cortaba casi del todo la ayuda al desarrollo. Ha desreguladoeliminadosupervisoresrebajado controles sanitarios y fitosanitarios y puesto a un conocido antivacunas al frente de Sanidad y a una simpatizante de Putin y China en Seguridad Nacional. Ha dado marcha atrás a las políticas medioambientales y abandonado instituciones internacionales y consensos científicos. Y dirigido su maquinaria, que trabaja sin descanso, contra centros culturales o museos, poniéndose él mismo al frente de sus juntas de gobierno.

Trump ha roto todos los códigos de la diplomacia, como comprendió Zelenski en el Despacho Oval. Ha perdonado y defendido a los asaltantes del Capitolio, intentado hacerse con competencias del Congreso y usado el Departamento de Justicia para presionar a enemigos y librar de investigaciones a quienes se han postrado pidiéndole ayuda. Todo mientras sigue sosteniendo que nunca perdió las elecciones de 2020. Ha perseguido y revocado el visado de estudiantes propalestinos e invocado una ley de 1798 para echar a más gente aún. Ha sometido a congresistassenadores y bufetes de abogados y medios de comunicación con pleitos y presiones; y atacado a empresas, empresarios y al presidente de la Reserva Federal, amagando con un despido ilegal.

El presidente de EEUU ha desobedecido órdenes judiciales, azuzado la idea de ‘impeachments para quitar la toga a magistrados que han paralizado sus medidas e incluso ha usado al FBI para detener a dos juecesEn 100 días ha llevado al país a las puertas de una crisis constitucional sin precedentes en casi un siglo, un pulso que tiene como símbolo más increíble las continuas menciones a la idea de optar a un tercer mandato en 2028, con sus hijos promocionando ya merchandaising de Trump 2028, sus abogados buscando atajos y él mismo diciendo que si tanta gente quiere que siga habrá que buscar la forma, aunque la Constitución estipule claramente una limitación de mandatos. “El que salva a su país no viola ninguna ley”, escribió desafiante en sus redes sociales en febrero. Una guerra total, contra todo y todos los que se oponen a su visión o lo hicieron en el pasado.

La política en las sociedades contemporáneas está marcada por la velocidad, el movimiento constante, el torrente diario de noticias y sorpresas. Pero no todo lo que ocurre puede comprenderse en ciclos electorales de dos, cuatro o seis años. Hay ciertos procesos que surgen, de desarrollan y decaen a lo largo de un largo período. El historiador Gary Gerstle ha popularizado el concepto de ‘órdenes políticos’, algo que perdura más allá de unas elecciones y que tiene que ver con la capacidad de un partido político “para organizar una constelación de políticas, electorados, centros de estudios, candidatos e individuos que llegan a definir la política durante largos periodos de tiempo. Algo tan dominante y fuerte que los partidos de la oposición y todo su aparato se siente obligados, si aún quiere seguir siendo actores relevantes, a aceptar y sumarse al nuevo marco. “No se consolidan tan a menudo. Suelen durar 30 o 40 años y las crisis económicas suelen estar involucradas en el surgimiento de un nuevo orden y la ruptura del anterior. Todo orden político, además, tiene no solo una ideología, sino también una visión sobre lo que es una ‘buena vida'”, explica Gerlst en su libro The Rise and Fall of the Neoliberal Order”.

Siguiendo esa definición, en el último siglo ha habido solamente dos grandes órdenes políticos en Estados Unidos, el surgido de la Gran Depresión con el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, que duró hasta los años 70 del siglo XX. Y el orden neoliberal, que tomó el testigo poco después y empezó a apagarse con la Gran Recesión de 2008 y sus coletazos. Ambos, no por casualidad, vinculados al auge y caída de la URSS y el comunismo. Hoy sin embargo estamos en tierra de nadie, en un vacío que Donald Trump, el gran disruptor, está intentando llenar con un nuevo orden iliberal, y estos primeros 100 días, un periodo de inestabilidad, caos, miedo generalizado, indefensión sistémica y ajustes de cuentas, son las cartas de presentación.

En 2016 Trump llegó para gobernar. En 2024, para cambiar de arriba abajo el país y la sociedad. No lo ocultó en ningún momento. “Estoy haciendo exactamente lo que prometí en la campaña”, le dijo el otro día a la revista Time. “En mi primer mandato tenía dos cosas que hacer: gobernar el país y sobrevivir, pero estaban todos esos corruptos. Esta segunda vez, gobierno el país y el mundo”, le dijo este mes el presidente a dos reporteros de The Atlantic.

En estos 100 días Trump ha firmado 150 órdenes ejecutivas, 36 en la primera semana. Muchas de ellas sin ningún tipo de importancia jurídica, a menudo reiterativas. Y sin embargo, sólo ha firmado cinco leyes, una sexta parte de las que impulsó en su primer mandato. En total, según datos de Just Security, hay más de 210 pleitos activos en los tribunales contra las medidas del Gobierno. Todo pasa por la apisonadora del Ejecutivo y por una revolución en la idea de concebir el poder del presidente, casi ilimitado, con inmunidad total, por encima del resto de ramas, que deben plegarse y facilitar su labor. El Congreso, pero también los tribunales.

Para sus fieles es el presidente más importante de la historia. Para sus detractores, el peor y el más peligroso. Para los analistas, probablemente el líder estadounidense más influyente en lo que va del siglo XXI. Obama fue popular y su llegada un revulsivo, pero Trump ha cambiado completamente la forma de hacer política, en EEUU y el resto del mundo. La forma de hacer diplomacia, la forma de comunicar, los códigos, el lenguaje. También las reglas, los valores. Una transformación trascendental y acumulado mucho poder, pero con consecuencias.

Trump volvió al Despacho Oval con las cifras más altas en las encuestas de su carrera política. Sin embargo, al cumplir 100 días en la presidencia, la opinión de los estadounidenses sobre su gestión se ha vuelto profundamente negativa. Y a reputación del país, sus instituciones, y la credibilidad internacional, entre aliados, enemigos y también los mercados, se ha desplomado. Rectificaciones, cambios de ideas, improvisaciones, marchas atrás. Todo añade confusión y ruido.

Por eso el 41% de aprobación de Trump, un hombre obsesionado con la popularidad, ser un ganador, ser el mejor en todo, es el más bajo para cualquier presidente tras 100 días desde al menos la época de Eisenhower, según la CNN. Otro sondeo de NPR/PBS NewsHour/Marist publicado el martes coincide, un 41% de aprobación, cuatro puntos menos que el mes anterior. Gallup lo sitúa en el 45%.

La encuesta de CNN también revela que su popularidad de ha hundido en casi todos los temas importantes que ha intentado abordar durante su mandato. En la economía, después de que su insólito plan arancelario destruyera billones de dólares en la Bolsa y disparara la rentabilidad de los bonos soberanos. En la gestión, ya que tras las purgas y despidos masivos sólo el 42% aprueba su gestión, seis puntos menos que en marzo) y solo el 46% confía en que designe a las mejores personas para el cargo, 8 puntos menos que en diciembre. Pero incluso en inmigración, un tema en el que votantes de ambos partidos coinciden en que es uno de los más preocupantes y respaldan deportaciones de criminales. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos ha indicado que en marzo sólo hubo 7.180 cruces fronterizos desde el suroeste, el número más bajo en la historia y una caída dramática en comparación con el promedio mensual de los cuatro años anteriores, 155.000. No hay duda que es el gran hito de estos primeros meses. Y aun así, apenas el 45% de los ciudadanos aprueba al presidente en esto, 6 puntos menos que en marzo, y únicamente el 53% confía en su capacidad para gestionarlo, frente al 60% de diciembre.

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